22.6.09

Lumbres y deslumbres

Lumbres y deslumbres

21 de junio de 2009. Llevo más de siete meses viviendo en Nairobi, Kenia. Suficientes quizá para arriesgar algunas conclusiones. No, conclusiones no: primeras impresiones, ¿acaso hay segundas, terceras? Es verano en el hemisferio Norte, aquí comienza el invierno. Suave y que no cala sino hasta muy entrada la madrugada. Desde mi cuarto, pese a la llegada del frío, se ven en flor las rosas del desierto y en esplendor las acacias de tallo amarillento. En muchos sentidos, no sólo en Física o Meteorología, la vida aquí es al revés. África, qué duda cabe, es la otra cara de la medalla, el lado inverso de Occidente. Para quienes gustamos del palíndromo, internarse en África es leer la historia en capicúa. Por decir sólo un ejemplo, en esta región se ha encontrado el fósil de homínido más antiguo del mundo; en los albores del siglo XXI, se encuentran aquí los aires del primer hombre; este primitivismo es el otro lado de la tecnología y del hombre al último grito de la canción en turno. Pero como dijimos, es una misma medalla, el grito ritual de las tribus colinda con aquel, digamos, del concierto o de un gol de domingo. Mirada inversa: desde aquí comprendemos los ecos del allá. Hoy que la idea de progreso ha caído, se puede asegurar que Occidente no está a lo lejos, a unos cuantos escalafones de África, esta región es su espejo, o si se prefiere, el cristal para comprenderlo mejor: la cercanía entre primitivismo y posmodernismo es una realidad. Más que un avance, lo que ha habido es una transfiguración. La posmodernidad podría entenderse como un arcaísmo de otra forma, una variante del origen. África, punto de partida sin que la Historia se vea partida.
Esta región nunca ha tenido algún tipo de ideología, al menos no una homogénea y unificadora. Su elemento ha sido ser un mosaico semejante a las hordas y manadas que conforman su territorio. Su organización tribal los ha ejercitado en la otredad, la cual, para bien o para mal, desemboca en la guerra o en el tratado de paz. A diferencia de la cultura occidental que buscó en diversas ocasiones la unidad, de pensamiento, de Estado, África del Este sigue siento igual de fragmentaria que hace miles de años; a la manera de los ecosistemas, cada tribu de forma peculiar se relacionó con la naturaleza. Aunque no ha habido una corriente de pensamiento universal, sí ha habido ideas dispersas, ideas que no forman un cuerpo conceptual que abarque una visión del hombre y de la sociedad en su conjunto. La misma dispersión a la que aluden los tiempos posmodernos se repite en la organización tribal de África, o viceversa, ya que tratamos sobre la tierra del palíndromo. A la ideología y la institución religiosa, se opusieron los usos y costumbres y el esoterismo; una de sus gracias es que no tiene el rango de ley moral o ética, no se conforma un cuerpo conceptual sólido de deberes y creencias, formando sociedades limítrofes: no hay hegemonía ideológica ni territorial. El resurgimiento de una cultura esotérica en Occidente (como todo esoterismo, integracionista: el Feng Shui convive por igual con los amuletos de diversas aleaciones y los horóscopos de la revista semanal), se acopla con naturalidad al esoterismo africano. Una sociedad posmoderna, más allá de la ideología, como a su pesar diría Terry Eagleton, y más acá del esoterismo, se entiende con este extremo. Quizá por primera vez en la historia, todas las culturas viven en el mismo tiempo.
Ahora entiendo que tribu y tribulación son palabras colindantes. Una vez más, el misterio de las cercanías fónicas. En enero de 2008, los problemas postelectorales de Kenia desembocaron en la guerra tribal, Lúos contra Kikuyos, y fueron miles los que murieron. Nairobi se alzó en llamas. Los ideales de Estado-Nación, creados por Occidente e implantados a fortiori en una región donde su natural es ser fragmentario, han potenciado la violencia. Sobra decir que la idea de progreso contribuyó a fomentar la diferencia entre las tribus “progresistas” y aquellas, las “atrasadas”. El paisaje estepario, de geometría horizontal, incluidas las ramas de las acacias que como ningún árbol aspiran parecerse a la planicie, eran una metáfora de la horizontalidad de las tribus, alteradas ahora por el discurso escalafonario, montañoso, del Progreso. De un progreso, por demás, en decadencia. Esa es la paradoja que les toca a todos los absolutismos, convertirse en todo lo que habían negado en sus inicios. Recordando el verso de Cernuda, “donde habita el olvido”, puede entenderse que el sosiego de las tribus, con sus brotes de violencia acostumbrada, hizo que se despertara y saliendo del olvido, exigiera su parte en la repartición del nuevo Estado. Sin embargo, sigue habitando el olvido, las tribus están habitadas por el olvido. Esa es su gracia y su desgracia. No saben que sus tribulaciones, de sequías y tormentas, se deben también a la mano del hombre. Y como tribus que son, carniceras a veces, ejercen la violencia contra las inclemencias de nuestro tiempo.
Son 42 tribus las que conforman este país. Las más numerosas: Kikuyu, Lúo, Kisi, Kamba. Cada cual tiene su propio idioma. Algunas están hermanadas por la cercanía lingüística a las lenguas bantú. El suajili, idioma oficial de Kenia, es la única lengua de origen africano que tiene el rango de oficial, los demás países han asimilado lenguas occidentales, como el francés, inglés o portugués. Sin embargo, es sorprendente que hoy día cada tribu continúe hablando su propio idioma. Esto hace que su cultura siga viva. Basta adentrarse en las comunidades para constatar que sus usos y costumbres se sobreponen a toda época. Se puede acaso correr el riesgo de afirmar que son los mismos desde la verdura de las eras. Esto nos lleva a un dilema: ¿Será necesario que Kenia altere los usos y costumbres de sus tribus para poder lograr la riqueza de las demás naciones; perder en cultura para ganar en economía? La respuesta apenas tiene que pensarse: No. Hoy día, las naciones pueden insertarse en el nuevo juego global sin que tengan que volverse a una ideología, en especial a la del progreso. Los Estados tribales ya no pueden ser vistos como atrasados o arcaicos, simplemente porque ya no hay atrás ni adelante. Si ya no prevalece la idea de un pasado oscuro y un futuro promisorio, queda sólo el presente: lo único que cuenta es nuestra circunstancia actual, y en esto, todos, todos, estamos en igualdad de circunstancias.
Esta idea no es nueva, no vivir más que en el presente se refiere también a la época clásica, al carpe diem o al Dios Kairós de los griegos. En la época moderna, Einstein se encargó de relativizar el tiempo, quedando uno: el presentismo. Sin olvidar a San Agustín que a la triada de los tiempos les antepuso el presente: presente-pasado, presente-futuro, presintiendo así (o mejor: presentando así) no más de uno. África ha sido puro presente, desde que el hombre es hombre (o si se prefiere, ya estando aquí, desde que el homínido es hombre), ha descreído de cualquier visión de futuro promisorio. Coincidencia reveladora: en la región donde encontramos al homínido más antiguo, en la cuna de la humanidad, la sociedad sigue siendo igual de original que antes. A la cuna no le siguió el tálamo, la casa, la pirámide el edificio. Algún conocimiento milenario mantuvo a este pueblo en un estado, por llamarlo de algún modo, de sencillez tradicional. La coincidencia es mayor, no sólo la caída del vuelo progresista nos pone de nuevo al mismo nivel de esta cultura: el ecologismo de nuestra época, no tan voluntario como lo fuera en otras (la inminencia de la catástrofe nos obliga), se corresponde con la convivencia armoniosa de los africanos con su entorno. La civilización occidental vuelve a considerar la naturaleza como una madre, la Madre Tierra, y no como una patria, un padre bajo nuestra potestad. De la patria potestad volvimos a la maternidad: recién nacidos, inocentes. Al origen por fin. El Cristianismo arraigó la idea apocalíptica del Fin del Mundo, el finis terra que llegaría el Día del Juicio, o quizá más pronto, sobre explotando el planeta. Sin embargo, en distintas épocas hubo actitudes distintas, el Romanticismo trató a la naturaleza como una fuente de inspiración y sabiduría, igual que la religión animista de África considera su flora y su fauna como algo sagrado; y ésta es una gran coincidencia de los tiempos. Inversamente, Occidente regreso a África del Este. El palíndromo se cumple.